Las luces fluorescentes de "Gummy Wonders" zumbaban sobre su cabeza, reflejándose en las coloridas pilas de delicias azucaradas. Arthur, un hombre cuyo rostro era un mapa de arrugas trazadas por el estrés y un estilo de vida sedentario, deambulaba por los pasillos sintiendo un dolor familiar en el pecho. Había probado de todo: dietas, ejercicio (durante una semana) e incluso afirmaciones motivacionales frente al espejo. Nada parecía realmente revitalizarlo.
Entonces, un pequeño y discreto expositor llamó su atención: "Gomitas de Óxido Nítrico - ¡Libera tu Vitalidad Interior!"
Arthur resopló. Otro vendedor de aceite de serpiente disfrazado de caramelo. Pero la imagen de un anciano sonriente y enérgico escalando una montaña junto a las gomitas era innegablemente atractiva. Leyó la descripción: "¡Mejora la circulación! ¡Aumenta el rendimiento! ¡Siéntete años más joven!" Tiempos desesperados, pensó, requerían medidas desesperadas.
Compró una bolsa, con gomitas de un llamativo rojo que prometían un sabor "Cherry Bomb". De regreso en su apartamento, Arthur se llevó una a la boca con nerviosismo. Para su sorpresa, era deliciosa, con un estallido de cereza ácida seguido de un sutil y casi metálico regusto.
El primer día, nada. Seguía siendo el mismo Arthur cansado y letárgico. El segundo día, notó que no se quedaba tan sin aliento al subir las escaleras. El tercer día, se sintió… más ligero. Incluso llevó a su perro, Winston, a un paseo más largo de lo habitual, y Winston, un gruñón pug, pareció disfrutarlo.
Después de una semana, Arthur estaba convencido. Se despertaba con más energía, su mente se sentía más clara y aquel persistente dolor en el pecho se había reducido a un leve malestar. Comenzó a subir las escaleras de dos en dos. Incluso consideró desempolvar sus viejos patines.
Pero entonces, las cosas comenzaron a ponerse… extrañas.
El óxido nítrico parecía amplificarlo todo. El sabor a cereza de las gomitas se intensificó, casi quemándole la lengua. Se sentía… potenciado. Empezó a interrumpir conversaciones con apasionadas declaraciones, a ofrecerse voluntario para cada tarea en el trabajo e incluso desafió a un grupo de adolescentes a una competencia de breakdance en el parque (afortunadamente, logró detenerse a tiempo).
Una noche, mientras cocinaba la cena, accidentalmente creó una obra maestra culinaria: un risotto infusionado con azafrán, aceite de trufa y vieiras perfectamente selladas, un plato tan exquisito que le sacó lágrimas. ¡Nunca antes había cocinado vieiras!
Pero su estado elevado también trajo un lado oscuro. Se volvió intensamente crítico con todo: el grifo que goteaba, el perro del vecino que ladraba, los comentarios políticos en las noticias. Se encontró gritando a objetos inanimados y discutiendo con desconocidos en internet.
Arthur se dio cuenta de que había ido demasiado lejos. Se había convertido en "Arthur del Óxido Nítrico", una caricatura de su antiguo yo, impulsado por químicos azucarados y un exceso de flujo sanguíneo. Era vibrante, sí, pero también insoportable.
Dejó de tomar las gomitas.
El bajón fue brutal. Volvió a ser su antiguo yo, lento y cansado, con el dolor en el pecho regresando con furia. Pero algo había cambiado. Había probado lo que era sentirse lleno de vida, y no estaba dispuesto a dejarlo ir por completo.
Comenzó poco a poco. Llevaba a Winston a paseos regulares, aumentando la distancia gradualmente. Se inscribió en una clase de cocina para principiantes y, sorprendentemente, descubrió que tenía talento. Incluso empezó a meditar para manejar su nueva intensidad.
Arthur nunca volvió a las gomitas de óxido nítrico. Pero le habían mostrado un destello de lo que podía ser, un recordatorio de que, incluso en los años dorados, la vitalidad no era solo un sueño publicitado en una bolsa de gomitas. Era algo que podía cultivar, paso a paso, respiración a respiración, una vieira perfectamente sellada a la vez. Aprendió que la verdadera vitalidad no se trataba de amplificar su vida, sino de vivirla plenamente, con defectos y todo, con un poco de inspiración con sabor a cereza. Y quizás, solo quizás, finalmente aprendería a patinar.
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